En la carta a los Hebreros 12. 4-7.11-15 se nos habla de que Dios es un
padre que en ocasiones reprende a sus hijos y los corrige. A nadie le gusta la
corrección al recibirla, sino que nos duele. Sin embargo, una vez pasados por
ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Por ello, fortaleced las manos
débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana.
Las correcciones hechas desde la bondad y el cariño aportan más vida que
aquellas que sólo buscan el beneficio egoísta. No es aquella verdad que se
arroja como un arma la que da cuenta de los cambios realizables a nivel
personal. Es aquella verdad que tiene en cuenta el sentimiento del otro, su
lugar existencial, la que procura una corrección eficaz y próspera.
Si la verdad la usamos como arma entonces sólo haremos de lo débil algo
más débil. No estamos robusteciendo a nadie, ni estaremos fortaleciendo a
nadie, ni los caminos serán más llanos.
Si, por el contrario, la verdad que pronuncio tiene en cuenta el lugar
existencial del otro, su sentimiento más profundo la corrección será eficaz,
más auténtica, y sus frutos serán más prósperos.
Una vida honrada y en paz, es la que se encamina por los principios y la
fe que uno elige como criterios de vida para desenvolverse. No es la
superficialidad la que le envuelve, sino la coherencia. Al tener en cuenta esos
criterios vitales, la paz le llegará como heredera de la verdad. Honra y verdad
son criterios que caminan de la mano. No pueden separarse. Honrar es hacer
consciente cada principio motor de la existencia, vivir en la paz es asumir
cuanto hemos batallado y amado para robustecer las manos de los débiles.
Fortalecer es volver hacer fuerte lo que se ha debilitado, lo que ha
perdido vigor recupera su fortaleza. Robustecer es darle solidez a la fortaleza
adquirida por la vida, por la fe, por el amor. Caminar es dirigirme a la luz
que ilumina los espacios simples y senderos llanos por donde dirigir mi paso.
Tres verbos, tres acciones que hablan del interior del ser humano. No
podemos quedarnos paralizados frente a lo que la vida nos brinda como un
ejercicio de agradecimiento.
Fr. Alexis González de León, o.p.