Apelando a tu caridad

14.11.2024

RECÓBRALO COMO UN HERMANO QUERIDO

En la carta a Filemón 7, 20,  se presenta a Pablo pasando vicisitudes en la cárcel, esperando su martirio. En  esa espera, presenta una carta de recomendación para que la comunidad de Filemón admita entre los suyos a Onésimo.

Por una parte le hace saber la alegría que siente, al ser conocedor de que muchos cristianos han experimentado gozo y consuelo en la comunidad de Filemón: «Gracias a ti, los corazones de los santos han encontrado alivio». Esta recomendación que Pablo hace a Filemón la dirije con una clara conciencia de estar apelando a su caridad. 

A pesar de cuánto sufre en la cárcel, Pablo no se apropia a Onésimo, sino que se desprende de él para que sea acogido en la comunidad de Filemón con toda libertad. Le recuerda que a veces el elevar la mirada y apartarse para ver el horizonte resulta lo más conveniente para comprender el actuar de Dios. Pablo se ofrece como aval de Onésimo, y le pide a la comunidad que alivie su ansiedad.

Hay tres notas importantes en estas consideraciones de Pablo. Una es el compartir la gratitud y la alegría porque existe en la comunidad de Filemón se transpira fidelidad hacia sus hermanos, allí  se puede encontrar alivio.  Otra nota es la petición que le hace Pablo: «Recíbelo como hermano, no como esclavo». Así es como hemos de mirar al prójimo. Los hermanos no son quienes aplacan nuestra sed de venganza, o nuestro ardor egoísta. Al contrario, hemos de mirar más allá de nuestros intereses particulares para comprender que la fraternidad tiene un nombre y apellido concreto. La tercera y última nota es la mirada hacia el otro como alguien querido. No podemos sólo mirar al otro sin observar la experiencia de amor que con él hemos tenido. Se requiere el olvido de uno mismo, la libertad para desprenderse de las necesidades personales y, por último, se necesita el perdón. No se puede estar constantemente viviendo desde la parquedad y, también, la terquedad de la vida. Siempre existirá y se nos darán variantes ante las opciones que sólo nos conducen a la cerrazón y el enfado. Se nos puede quedar bien arrugada la cara, si no somos capaces de hidratar el alma con la reconciliación.

Situándonos en el evangelio de Lucas 17, 20-25, nos recuerda que el Reino de Dios está en medio de vosotros. Muchos querrán verlo, pero no les será posible. Será como un relámpago por su rapidez y el transcurrir de este acontecimiento. No vendrá aparatosamente, vendrá a ti, en la medida que quieras aceptarlo en tu libertad. Es más, ya está en ti. Lo mismo que nada podrá arrancarte el amor del alma, tampoco te podrá arrebatar su presencia. Sólo tienes que luchar contra ti mismo. Dejar de poner resistencia a lo que ya resulta evidente. Procurar mirar más profundamente para caer en la cuenta de su presencia.

Somos muy eficientes en dar consejos. En determinar lo que el otro tiene que hacer. Como dice el refrán: «Consejos vendo que para mí no tengo». No quiero resultar pedante, pero quizás no hagan falta tantos consejos. Lo que sí resulta necesario es poner a disposición de los otros una oferta nueva donde el pensamiento nos lleve hacia otra mirada diferente de mí mismo, del otro y de Dios.

¿Para qué mirar lejos, si la solución, la vida, la orferta está en tu corazón? Escrita y sellada de manera permanente. Es una pregunta que hemos de contemplar ante de reiniciar la desbandada. La huída no es la solución, como tampoco lo es la negación. Encarar, caminar, tener coraje es lo que resultará más generoso y grato para quien está buscando algo de felicidad no comercializada.

Fr. Alexis González de León, o.p.